pinturas murales de Bonampak
El descubrimiento de las
pinturas murales de Bonampak






dirigió a El Cedro, entonces un campamento chiclero, y localizó a Chan Bor y su hermano Carranza, a quienes regaló rifles y parque. Chan Bor llevó directamente a Healey a Bonampak; en este viaje, ambos verían los murales del cuarto 3 de Bonampak. Tomado de Nájera, 1991, y Franco, 1950. Rep.: B.D.S. / Raíces
La historia del descubrimiento de Bonampak no se remite solamente a un descubrimiento; se refiere también a la atención que los medios de comunicación modernos enfocaron sobre los mayas, ya que fue el primer gran descubrimiento en México y Guatemala después de la Segunda Guerra Mundial, y es, además, una historia cuajada de intrigas internacionales, reclamos y adjudicaciones, y profusa cobertura periodística.

¿Importa quién nos despertó el interés actual por Bonampak, Chiapas, o que el primero en llegar a este sitio hubiera sido europeo, estadounidense o mexicano? Todos concuerdan en que los lacandones conocían el sitio y tal vez habían hablado de él a otros viajeros antes de 1946. Tampoco importa que el primero en pisar la Estructura 1 o en ver los murales, hoy tan famosos, haya sido Carlos Frey o Giles Healey.
En muchos casos los nombres y circunstancias de los descubrimientos modernos se desvanecen rápidamente en el olvido (¿alguien anotó el nombre de los campesinos que vieron por primera vez indicios de los guerreros de terracota de Xi’an?). En otras ocasiones sucede lo contrario: el nombre de Howard Carter permanecerá vinculado al del rey Tut o el de Hiram Bingham a Machu Picchu. Han sido olvidados los nombres de los trabajadores que se toparon con la Coyolxauhqui, que habría de cambiar por completo la fisonomía del Centro Histórico de México, para dar paso a nombres de arqueólogos como Eduardo Matos Moctezuma, por ejemplo, quien dio un valor interpretativo al descubrimiento. No se trata de quién descubre algo, per se, sino de quién le da su lugar al descubrimiento, un lugar prominente en el complejo tejido del conocimiento.
La historia del descubrimiento de Bonampak no se remite solamente a un descubrimiento; se refiere también a la atención que los medios de comunicación modernos enfocaron sobre los mayas, ya que fue el primer gran descubrimiento en México y Guatemala después de la Segunda Guerra Mundial, y es, además, una historia cuajada de intrigas internacionales, reclamos y adjudicaciones, y profusa cobertura periodística. El campo de los estudios mayas siempre ejerció un gran atractivo sobre los aficionados, sobre todo si podían añadir algún acento interpretativo a sus descubrimientos. La arqueología más antigua se fincó esencialmente en el descubrimiento mismo, si bien su éxito también dependía, incluso entonces, de que fuera acompañada por textos escritos interpretativos y documentación convincente. La importancia de John Lloyd Stephens no radica en que haya viajado a Copán, Honduras, y Palenque, Chiapas, ya que no era el primero en hacerlo, sino en que pudo dar una versión de su viaje atractiva por varias razones: en primer lugar, la documentación gráfica de Frederick Catherwood, hermosa y exacta; en segundo, la descripción de los edificios y monumentos tal como le era dado interpretarlos y, por último, los “incidentes de viaje” que acercaban al lector a su experiencia mediante una prosa pulcra y eficiente.
La búsqueda de ciudades perdidas se remonta a la primera generación de exploradores españoles, tras la publicación de las cartas de Cortés a partir de 1524; no buscaban solamente el oro descrito por Cortés, sino el renombre obtenido por éste, cuando muchos otros lo perdieron. Las historias fantásticas acerca de ciudades mitológicas como Cíbola y Quivira fueron comunes en España desde tiempos de los moros, pero los relatos de Cortés primero y luego los de Pizarro, con datos acerca de la abundancia de metales preciosos ocultos en ciudades cuyas riquezas rebasaban cualquier fantasía, hicieron apremiante la búsqueda. Cientos de españoles perecieron buscándolas en vano, desde Florida hasta Colorado; pero la idea de una ciudad perdida no desapareció y fue acicateada por descubrimientos notables, como los discos de oro del Cenote Sagrado de Chichén Itzá, Yucatán, o por ideas francamente peregrinas, siempre que fuesen planteadas por algún autor convincente, como la Atlántida decimonónica.

 
 
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